Platicando con un amigo hace unos días. Le decía que, creemos inconscientemente que empieza el 2019 y es borrón y cuenta nueva. Pero ¿qué pasa con toda la carga emocional, la carga espiritual, la física que tenemos? Ya deja del 2018, sino a lo largo de nuestra vida.
No hay manera que se borre o evapore de un día para otro, o de un año a otro. Es un proceso que se tiene que ir haciendo día a día, hasta terminarlo. Siento que cuando somos conscientes de eso, el proceso se vuelve más sencillo. Sin la presión de, que tiene que ser ¡YA! Porque empezó el año nuevo, y tienes que cumplir propósitos, y resolver situaciones de sopetón.
Si lo vemos de manera fría, nada es diferente entre un día y otro, solo es la carga que nosotros le imprimimos. Conforme voy creciendo ha ido cambiando mi percepción, al respecto de esto.
Hoy en día creo que no hay años malos o buenos. Hay años de fuertes aprendizajes y otros que son mucho más fáciles de llevar, que tienen cosas al momento de hacer el recuento de lo bueno y malo que sucedió, más a favor que en contra.
Creo firmemente que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con: cuánto fuimos capaces de amar; de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas. De haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos. De cómo lidiamos con los eventos desafortunados, y actuamos en consecuencia de. El aprendizaje que tuvimos de todas las situaciones.
Ser feliz es una decisión, es lo que siempre escuchamos ¿no? Entonces porque a algunos, esa decisión nos cuesta más que a otros. Ampliando la idea que llevo algunos post ya compartiendo, ¿cómo conseguir la felicidad? es el reto.
Nos cuesta mucho entender que la vida, y el cómo vivirla depende de nosotros. El cómo afrontamos las cosas que no queremos, depende sólo del cultivo de la voluntad. Si no me gusta la vida que tengo, deberé desarrollar las estrategias para cambiarla, pero está en mi voluntad el poder hacerlo.
Creo que una buena manera de llegar a ese punto zen, es hacerlo de un modo más empático, no tan cínico, dejar de juzgar y ser más crítico, en lugar de criticón. Echar risas para generar endorfinas. Cambiar la percepción, ampliar el panorama.
Un buen paso o quizá inicio. Es trabajar en nosotros desde dentro, empezando hoy, repitiéndolo día a día. Logrando así una construcción que de un balance positivo. Todos estamos en el camino de aprender a ser mejores y de entender que a esta vida vinimos a tres cosas:
A aprender a amar, sí, el amor se construye, se educa, se trabaja. Se puede hacer consciente.
A dejar huella, en las personas con las que nos vamos topando a lo largo de nuestra vida. Sí, que es más fácil ser cicatriz, pero al menos yo, pretendo ser huella. Creo que ese convertirte en sonrisa, cada que alguien se acuerde de ti, es algo que todos deberíamos de ser para alguien.
A ser felices. Hay ocasiones que nos olvidamos que podemos serlo, con las cosas más simples, un atardecer, un mensaje, un café, un chocolate, un vino entre amigos. De ti depende cuánta felicidad quieras percibir y absorber.
Creer 100% en nosotros, soñar y dejar que nuestra dedicación vaya mostrando el camino. No descuidemos el lado espiritual, cualquiera sea la visión de ello. La trascendencia y el darle sentido a lo que hacemos tiene que ver con la inteligencia espiritual.
Aprovechemos el tiempo, vivamos el hoy, porque nunca sabemos cuándo no habrá un mañana. Básico: Usar el perdón como medicina, principalmente perdonarnos a nosotros, creo que generalmente nuestros peores jueces, los más duros, los que menos piedad tenemos, somos nosotros mismos. ¿Por qué? Al final del día somos seres humanos, imperfectos, en construcción diaria, aprendizaje constante y con una mortalidad, que nos hace los más vulnerables.
Me queda claro también que muchas veces, se trata de ser paciente con los procesos, con las personas, y sobre todo con nosotros. La paciencia es una virtud, la tolerancia algo que debemos practicar todos los días. Más en este 2019 que estamos más intolerantes que nunca.
Algo que nos entorpece en ocasiones el cambio, es la costumbre. En todos los sentidos es una fuerza muy poderosa, que está acompañada de la comodidad que hace que entres en una zona de confort. Y salir de ella, muchas veces parece imposible. Porque esto implica entrar a un abismo desconocido, quitar lo conocido, lo cómodo, lo que funciona (que no necesariamente es lo bueno o lo mejor). Por eso hay que vencer el miedo, muchas veces no empezamos las cosas por temor al fracaso, pero si no lo intentas si quiera, cómo vas a saber, si lo vas a hacer bien o mal, si funcionará o no.
Si logramos trabajar en estos puntos y yo me comprometo a intentarlo, empezaremos el decreto de la felicidad. Lo que quizá nos refuerce la ACTITUD con la cual enfrentemos lo que nos toca. Y nos active la resiliencia.
Dicen que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan. Y que, en cambio, con las penas pasa al revés. Se hacen pequeñas. Tal vez lo que sucede, es que, al compartir, lo que se dilata es el corazón. Y un corazón dilatado esta mejor capacitado, para gozar de las alegrías y mejor defendido para que las penas no nos lastimen tanto. Me consta que un buen abrazo, una palabra cariñosa, una plática profunda y un sentir que tienes una buena red amorosa de soporte. ¡Hacen la diferencia!
A seguir construyendo la vida que queremos. Lo que está destinado a suceder, siempre encontrará una forma única, mágica y maravillosa para manifestarse.
Los tiempos son perfectos, y nosotros en nuestro ser imperfectos también lo somos.
Los tiempos son perfectos, y nosotros en nuestro ser imperfectos también lo somos.
"...detrás de todo este espectáculo de palabras, tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas, de que no haya muerto del todo en tu memoria." Julio Cortazar.
Gracias por seguirme en esta aventura y leerme. Si les gustó este post, compártanlo en sus redes.
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